or Daniel Santana
La República Dominicana tiene un sistema presidencialista, basado en la democracia, que muchos ignorantes han intentado amordazar, imponiendo una sutil y silenciosa dictadura con la excusa de defender su clase.
Nuestro sistema es corrompido e inefuncional. Para muestra, un botón: “Salud Pública y Asistencia Social”, dos nombres grandes para dos instituciones que, en la práctica, no cumplen con ninguna de sus funciones. Y esto es grave, deprimente, porque se trata del ministerio que debería estar comprometido con la salud del pueblo dominicano.
Hablo en primera persona: llevo casi un año solicitando, como un limosnero más, una ayuda médica para salvar mi vista en el Departamento de Asistencia Social, y todavía a la fecha no he recibido ninguna respuesta. ¿Sí o no?
Los dominicanos estamos huérfanos en materia de salud. Las aseguradoras no cubren la mayoría de los medicamentos realmente efectivos para tratar enfermedades, y de los procedimientos clínicos, ni hablar: la gran mayoría están fuera de cobertura. A esto se suma que las consultas médicas han aumentado un 60% sobre el precio real. Esto quiere decir que los pobres, los pensionados y los más vulnerables están condenados a morir sin asistencia, en un sistema que solo existe en el papel.
La realidad es cruda: la salud en la República Dominicana se ha convertido en un lujo y no en un derecho. Los discursos oficiales prometen inclusión, pero las estadísticas y las experiencias del pueblo cuentan otra historia: abandono, indiferencia y exclusión.
Hoy más que nunca es necesario alzar la voz. Si el Estado no garantiza salud digna a los ciudadanos, ¿de qué sirve tener instituciones con nombres tan rimbombantes como “Salud Pública y Asistencia Social”? Es hora de exigir respuestas y recordarles a las autoridades que un pueblo enfermo es un pueblo condenado a la muerte por enfermedad