Por: Daniel Santana
Todos quienes creemos en la creación hemos leído la Santa Biblia, y en su lectura aprendimos que solo Dios es perfecto. No obstante, también se nos enseñó a ser imitadores de su Hijo Jesucristo, porque fue Él mismo quien nos instruyó diciendo: “Sean imitadores de mí, como yo lo soy del Padre”.
Expreso esto para fundamentar mi opinión bajo mi derecho inalienable e inherente, amparado en los derechos humanos, de expresar libremente mis convicciones sobre los temas que afectan nuestra sociedad.
Creo en la Policía Nacional, y cada día más. Creo porque he visto y sigo viendo los esfuerzos sinceros de muchos de sus miembros, que trabajan sin descanso, muchas veces por exigencia de la misma sociedad que les pide resultados, pero pocas veces les ofrece reconocimiento.
La Policía Nacional, más que un uniforme o una institución, representa el orden en medio del caos, la autoridad frente a la violencia y el cumplimiento de la ley donde otros la violan. Es también un órgano auxiliar del Poder Judicial, lo que aumenta su responsabilidad y compromiso con el país.
Es la Policía Nacional el organismo estatal que más peso carga sobre sus hombros. Debe cuidar su propia vida, su arma, la propiedad privada y la pública; debe amanecer en las calles mientras todos duermen, vigilando que la paz de otros no sea interrumpida.
Sin embargo, esa misma Policía es muchas veces odiada, rechazada, y acusada de toda clase de faltas. La sociedad suele olvidar que detrás de cada uniforme hay un ser humano con familia, sentimientos y deberes.
Yo apoyo y respeto a la Policía Nacional, aun sabiendo que dentro de sus filas existen miembros que deshonran el uniforme con conductas torcidas, violentas o corruptas. Son una minoría, pero su sombra ensucia el esfuerzo de los muchos que sí sirven con entrega y sacrificio.
Es justo recordar que la mayoría de los policías dominicanos son hombres y mujeres de bien: hijos de esta patria, de los padres fundadores de nuestra nación. Muchos son profesionales, formados en valores, que eligieron servir por vocación y no por conveniencia.
Esos mismos policías, que defienden el orden y la seguridad, son con frecuencia maltratados, ofendidos y hasta asesinados en el cumplimiento de su deber. Aun así, siguen firmes, cumpliendo con la misión que juraron ante la bandera y ante Dios.
Los policías no son perfectos. Son seres humanos con errores y virtudes, con miedo y esperanza, pero son parte esencial de nuestra sociedad. Por eso digo con orgullo y convicción: son mi Policía.